Pobreza. Dícese de “la situación en la que una persona no puede satisfacer sus necesidades básicas, como la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, el agua potable o la electricidad”.
El mundo, la vida actual, nos ofrece bienes y servicios, producto de alimentar el consumismo, en lo posible a su máxima expresión. De hecho, todos quisiéramos comprar para usar, consumir o tener, lo que se nos ofrece según nuestros requerimientos.
Pero hay un vasto sector a quienes se los llama pobres, que no aspiran y si aspiran, solo es un pensamiento, un sueño quizás, algo utópico. Temo no exagerar. Es más, quedo corto.
Los datos oficiales o no, son categóricos. Porque aunque el Indec (una vez más) nos trate de estúpidos: cada vez hay más pobreza y aquí no vamos a requerir de términos, teorías, ensayos o análisis detallados para entender la pobreza. Solo pensar en aquellos que no sueñan, que no tienen aspiraciones, que no se les cruza por la cabeza un futuro mejor, quizás como para arrancar hacia una nueva vida.
Además de pensar, habría que recorrer aquellos lugares donde la pobreza golpea duro. Donde se ven y se palpan las necesidades básicas de la gente. Esas que no pueden satisfacer.
Tampoco creemos necesario presentar a los pobres y a la pobreza en el medio de la pista, como si fuera un circo o subirlos al escenario para que podamos observarlos. Y menos, cuestionar a quienes no hacen nada por ellos.
En todo caso, podemos incluirnos o no (depende de cada uno) y hasta compararnos con quienes transitan la pobreza donde muchos no saben cómo salir de ella, no pueden, como también aquellos que aprovechan su pasar para poder acceder a beneficios que tampoco los llevará a salir de donde están.
Así, vemos cómo crecen los barrios de casas de chapa, construcciones de costaneras, con silo bolsa, colgados a la luz o al cable, entre calles mal trazadas e imposible de transitar cuando pasan días sin llover y que cuando cae un chapuzón directamente dejan de existir.
Cada vez más «cirujas» en las calles salen a rebuscárselas en busca de un cartón o de un pedazo de fierro o de plástico; en los semáforos demuestran sus malabares a cambio de “una ayudita” o “algo para comer”.
No discutimos los informes de reparticiones de desarrollo humano o de la propia Unesco, solo necesitamos salir y recorrer, en principio los suburbios, luego avenidas y calles hacia el centro de la ciudad y la pobreza se muestra en todas sus expresiones.
En ese sentido surge la palabra injusticia que, lejos de lograr una explicación lógica y razonable, nos aleja de poder brindar alguna respuesta y menos… una solución.
Seguro que a algunos les conviene la pobreza. ¿Por qué y para qué? No nos entra en la cabeza. Si sabemos que la lucha es contra un monstruo cruel y perverso que no se muestra, pero se manifiesta en expresiones como el consumismo, capitalismo, individualismo, concentración de poder y riqueza, etc.
En fin. Solo nos provoca impotencia, bronca y, de acuerdo a nuestra sensibilidad (que también vamos perdiendo) nos mueve a dar una mano.
Una mano, que sabemos hoy, nunca alcanzará.
Luis Evaristo Alem – Periodista