Al final tuviste tu corona de cielo y los aplausos del pueblo.
Al cabo de los años decidieron premiar tu amarillo seductor y tu perfume campero.
Yo, desde niño, supe que eras nostalgioso y bueno, cuando tu gallarda presencia en la cuchilla de los sueños, se convertía cada mañana en un punto de limpia referencia para celebrar la primavera, camino a la escuela.
Siendo joven, me detuve alguna vez junto a tu sombra bienhechora, tratando de sorprender al crespín en las siestas de febrero, mientras tus espinas vigilantes cuidaban tu historia de silencios y despedidas.
Hoy, en el invierno de la definitiva distancia, te evoco bello y criollo, endulzando las brisas entrerrianas, y advirtiendo al viajero de las horas sobre los crepúsculos del olvido.
Hoy, que en mi provincia iluminada te han elegido el árbol más representativo y hermoso, déjame descansar del largo y tedioso sendero de los compromisos cotidianos y permíteme un abrazo de luz junto a tus nidos de tradición; al amanecer de un concierto de libertades, que se nutre de soles y gana altura.
Aromito de las lealtades entrerrianas, junto al cardenal de copete encendido, representas el símbolo del espíritu montielero, y serás por siempre una acuarela intrépida y corajuda; muy cerca de los arroyitos del amor.
ROBERTO ROMANI