Ante la proximidad de noviembre, mes de la tradición en nuestra patria, es necesario reflexionar sobre algunos modismos y celebraciones extranjerizantes, que atentan contra los valores de la cultura argentina.
Desde la década del 80 se llevan adelante en nuestro país las Fiestas de Halloween, encuentros de origen celta, arraigados en los Estados Unidos.
Gracias al gran despliegue publicitario y propósito comercial, actualmente tienden a ocupar un lugar en la familia, la escuela y en espectáculos organizados por entes oficiales y privados, donde los niños se disfrazan de fantasmas y demonios.
En esta «Noche de Brujas», se cuentan historias que provocan miedo y se observan películas de terror, propiciados muchas veces por cadenas de supermercados, que obtienen grandes ganancias con la venta de golosinas y todo tipo de elementos para cada 31 de octubre.
Los hijos de esta tierra, orgullosos de la historia y tradiciones argentinas, debemos reaccionar.
Debemos honrar a quienes forjaron nuestra identidad, para que el alma gaucha dormida
«de pronto se nos despierte, con inquietud de horizontes, y con temblor de banderas», como decía el querido Luis Jeannot Sueyro.
Hoy, más que nunca, necesitamos trasmitir a las nuevas generaciones, nuestra literatura, el cancionero folclórico, los ritos y las costumbres del solar bello que nos vio nacer.
Y trasladar con orgullo aquellos conceptos que llegaron al corazón, desde las manos generosas de nuestros abuelos dormidos.
Basta de disfraces oscuros y celebraciones demoniales que confunden las miradas inocentes.
Que nuestros niños puedan regar, con sus almas buenas,
las raíces del gran árbol bienhechor de nuestra cultura, y abrigar los secretos ancestrales de la Pachamama.
Que puedan hablar mañana y siempre de los rastros aborígenes, y vivan la hermosa posibilidad de extender sus brazos al cielo, mientras perfuman de coplas populares las auroras del suelo nativo.
Finalmente nosotros, desde las sonoridades criollas de los montes, los cerros y la pampa, bendeciremos con una danza de amor, los rincones queridos.
ROBERTO ROMANI