Helada madrugada del 28 de Junio de 1966. Eran las 5.20 AM. En el despacho del presidente Illia se encontraba reunido todo su gabinete. Oscuros rumores comienzan a circular en los pasillos de la Casa Rosada. Se habla una movilización de las tropas del Ejercito sin autorización presidencial. Illia también se encontraba acompañado por amigos y asesores como Hipólito Solari Yrigoyen y Fernando De la Rúa que se negaban a dejarlo solo.
La custodia presidencial del Regimiento de Granaderos a Caballo (35 valientes) estaban dispuestos a defender al Presidente a como diera lugar. Cerraron los accesos a la sede y colocaron 2 ametralladoras MG-45 para enfrentar a quienes quisieran ingresar por la fuerza. El teniente Riccheri dijo: «Tal vez hoy nos saquen de aquí́ por la fuerza pero va a ser con las patas para delante». Illia les agradeció a sus compañeros. Después de todo Illia amaba a los Granaderos. Fue uno de ellos en su juventud y no quiere que se produzca derramamiento de sangre de sus hermanos. Mucho menos por su culpa. Iba a resistir pero no lo haría derramando sangre sino con las palabras, su mayor arma.
6.00 AM. El Presidente se encuentra firmando un documento, mientras que un colaborador aguarda a su lado para hacerse dedicar una fotografía. En ese instante irrumpe en el despacho un general, precedido por el jefe de la Casa Militar, brigadier Rodolfo Pío Otero, una persona de civil y algunos otros con uniforme militar. El general se para a la derecha del presidente y pretende arrebatarle una fotografía que Illia se apresta a firmar. Consciente de la presencia de los militares uniformados y sobre todo de quien ostenta los distintivos de su grado, Illia prosigue imperturbable su tarea de dedicar autógrafos, ignorando a los uniformados. Esto exaspera al general Alsogaray (A) e intenta quitarle la fotografía). El Presidente impide con gesto enérgico semejante actitud, produciéndose entonces el siguiente diálogo:
A: –¡Deje eso! ¡Permítame…!
Varias voces: –¡No interrumpa al señor Presidente!
I: –¡Cállese! ¡Esto es mucho más importante que lo que ustedes acaban de hacer a la República! (Grito con mucha fuerza) ¡Yo no lo reconozco! ¿Quién es usted?
A: -Soy el general Alsogaray.
I: -Espérese. Estoy atendiendo a un ciudadano. (Dirigiéndose al colaborador). ¿Cuál es su nombre, amigo?
Colaborador: -Miguel Ángel López, jefe de la secretaría privada del Dr. Caeiro, señor Presidente.
A: -Qué bochornoso. ¡Respéteme!
I: -¿Bochornoso? Este muchacho es mucho más digno que usted, es un ciudadano digno y noble que no necesita hacerse el imponente como usted con sus medallitas y sus botas. (Se para frente al golpista y lo mira fijo). Usted no me asusta ni un poco. Ahora dígame, ¿Qué es lo que quiere?
A: -Doctor Illia, le vengo a pedir su renuncia en nombre del Comandante en Jefe.
I: -El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas soy yo, mi autoridad emana de esa Constitución (señalando la que tiene siempre en su mesa de trabajo), que nosotros hemos cumplido y usted a jurado respetar. A lo sumo usted es un general sublevado que engaña a sus soldados y se aprovecha de la juventud que no quiere ni siente eso.
Alsogaray se acercó con intención de agarrarlo del brazo.
-Doctor Illia, usted me obliga a emplear un medio que no deseaba de ninguna manera; lo lamento…
Gustavo Soler, yerno de Illia, se interpuso en medio y empuja contra la pared a Alsogaray.
I: -Usted no representa a nadie. Como mucho a un grupo de insurrectos. Usted, además de cobarde, es un usurpador que se vale de la fuerza de los cañones y de los soldados de la Constitución, para desatar la fuerza contra la misma Constitución, contra la ley, contra el pueblo. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada.
A: -Señor presi… (Rectificándose) Dr. Illia.
I: -Dígalo como corresponde. ¡Señor Presidente!.
A: -Con el fin de evitar actos de violencia, le invitó a dejar la Casa.
I: -¿De que violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes en la República, yo he predicado en todo el país la paz y la concordia entre los argentinos, he asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. Ustedes no son ni tienen nada que ver con el ejército de San Martín y Belgrano. El país les recriminará esta usurpación.
Persona de civil (acompañante de Alsogaray): -¡Hable por usted y no por mí!
I: -Y usted, ¿quién es, señor….?
Persona de civil: ‐Soy el coronel Perlinger (P).
I: – ¡Yo hablo en nombre de la Patria! ¡No estoy aquí para ocuparme de intereses personales sino elegidos por el pueblo para trabajar por el por la grandeza del país y la defensa de la ley y la Constitución! ¡Ustedes se escudan cómodamente en la fuerza del cañón! ¡Usted, general, es un cobarde que mano a mano no sería capaz de ejecutar semejante atropello!
A: -Usted está llevando esto a terreno que no correspondería.
Solari Yrigoyen, gritando y prácticamente sobre el rostro de Alsogaray, le grita que son la vergüenza del país. Simultáneamente, Leandro Illia, hijo del Presidente, insulta al militar y es contenido por algunos de los asistentes ya que pretendía agredirlo físicamente.
A: -Le garantizo su traslado a Olivos y su integridad física.
I: -¡Me importa un cuerno mi integridad física! ¡Me voy a quedar trabajando aquí, en el lugar que me indican mi deber y la ley! ¡Como Comandante en Jefe le ordenó que salga de este despacho!
Tras estas palabras, los golpistas se retiraron atónitos y asustados. No se esperaban este tipo de resistencia. Todo esta en un punto muerto. Se consideró la idea de retirarse a causa del coraje del mandatario. El nivel de desesperación de los militares fue tal que sus medidas fueron igual de desesperadas y absurdas. Ordenan cosas tales como no servirle más café al Dr. Illia y a sus acompañantes o que el limpiador de ventanas no saliera al balcón para que el Dr. Illia no pudiera hacer señales hacia afuera. El delirio era total.
Son las 6:30 AM. Un grupo de policías armados liderados por el Coronel Perlinger entran por el Salón Blanco y luego al despacho.
P: -Dr. Illia en nombre del ejército vengo a comunicarle que ha sido destituido.
I: -¡Ya le dije al general que ustedes no representan a nadie! ¡A lo sumo constituyen una fracción menor levantada contra la ley y la Constitución….!
P: -Me rectificó…. En nombre de las Fuerzas Armadas que poseo.
I: -¡Pues dale hombre! ¡Traiga a esas fuerzas! ¡Estoy deseoso de verlas!
P: -No lleguemos a eso.
I: -Los únicos que quieren emplear la fuerza son ustedes. No yo.
Se retiran. Han fracasado de nuevo. A las 7:25 AM, entran otra vez los salteadores nocturnos. Son efectivos de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, armas en mano, ubicándose en formación frente a la mesa de trabajo del Presidente.
P: -Dr. Illia, su integridad física está plenamente asegurada; pero no puedo decir lo mismo de las personas que aquí se encuentran. Usted puede quedarse, los demás serán desalojados por la fuerza…
Se oye un grito. Es un joven secretario. Su nombre era Fernando De la Rúa. «¡Como si le tuviéramos miedo a la muerte!», les grita.
I: – Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo. (Dirigiéndose a la tropa policial). A muchos de ustedes les dará vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos. Sentirán vergüenza. Ahora, como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar a nuestras casas también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces para cometer aquellos atropellos: ¡cumplimos órdenes!
P: -¡Usaremos la fuerza si no sale!
I: -¡Es lo único que tienen!
P: ¡Dos oficiales a custodiar al Dr. Illia! ¡Los demás, avancen y desalojen el lugar!
Los oficiales trataron de acercarse al Dr. Illia. Esto fue impedido por sus acompañantes, produciéndose forcejeos en los pasillos. El Presidente, rodeado por sus colaboradores, va avanzando hacia la puerta principal de la Rosada. Los Granaderos, despojados de sus armas, observan. Algunos lloran y se lamentan mientras Illia se ve forzado a abandonar el lugar. Jamás volvería a poner un pie ahí. Al salir a la calle, el derrocado presidente observó a su alrededor. El pueblo no estaba ahí. No hay apoyo popular con el golpe. Son los sectores del poder los que lo removieron del Sillón de Rivadavia. Dijo años después: “A mí me derrocaron las 20 manzanas que rodean la Casa de Gobierno”.
Ante la falta de un auto propio y negándose a usar el vehículo presidencial, Illia hizo seña y paró a un taxi. Cuando le preguntaron hasta donde dijo: “En realidad, no tengo donde ir”. Iría a casa de su hermano. Así Illia se alejó de la Casa Rosada hasta desaparecer en la historia.